Los cuarenta y cinco by Alejandro Dumas

Los cuarenta y cinco by Alejandro Dumas

autor:Alejandro Dumas
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Lang:es, Trilogía: Guerras de Religión
publicado: 2013-08-15T02:02:17+00:00


Capítulo XLVIII

Composición

Alejar aquel testigo que Margarita suponía más fuerte en latín de lo que él quería confesar era ya un triunfo, o a lo menos una prenda de seguridad para ella; porque, como ya dijimos, Margarita no suponía a Chicot tan poco instruido como él mismo aparentaba, al paso que con su marido a solas podía dar ella a cada palabra latina más extensión o comentarios que cuantos escoliadores[30] en us dieron nunca a Plauto o a Persio, esos dos enigmas en grandes versos del mundo latino.

Enrique y su mujer tuvieron, pues, la satisfacción de conferenciar a solas.

Ninguna apariencia de zozobra ni sospecha de amenaza alteraban las facciones del rey, prueba infalible de que ignoraba el idioma del Lacio.

—Señor —dijo Margarita—, aguardo que me preguntéis.

—Mucho embarga vuestra atención esa carta, querida mía —dijo Enrique—; no os alarméis de ese modo.

—Señor, me alarmo porque esa carta es, o debería ser, un gran suceso, pues un monarca no envía así un mensajero a otro monarca sin razones de la más alta importancia.

—Enhorabuena —replicó Enrique—, dejemos entonces mensaje y mensajero, amiga mía: ¿no tenéis baile esta noche?

—Solamente en proyecto, señor —dijo Margarita admirada—, mas nada hay en esto de extraordinario; bien sabéis que bailamos casi todas las noches.

—Pues yo tengo cacería mañana, una gran cacería.

—¡Ah!

—Sí, una batida de lobos.

—Cada uno tiene su capricho, señor; vos sois aficionado a la caza y yo al baile; vos cazáis y yo bailo.

—Sí, amiga mía —dijo Enrique dando un suspiro—; y a la verdad que no veo mal alguno en esto.

—Ciertamente, pero Vuestra Majestad lo dice suspirando.

—Oídme, señora.

Margarita prestó toda su atención.

—Tengo cierta zozobra.

—¿Sobre qué, señor?

—Sobre un rumor que corre.

—¿Sobre un rumor? ¿Vuestra Majestad se inquieta por un rumor?

—¿Qué cosa más natural, amiga mía, cuando este rumor puede causaros pena?

—¿A mí?

—Sí, a vos.

—Señor, no os entiendo.

—¿No habéis oído decir nada? —preguntó Enrique en el mismo tono.

Margarita empezó a temer seriamente que estas preguntas fuesen un plan de ataque de su esposo.

—Soy la mujer menos curiosa del mundo, señor —dijo—, y jamás oigo sino lo que viene a zumbar en mis oídos. Por otra parte, doy tan poca importancia a lo que denomináis rumores, que apenas los oigo escuchándolos, y con más motivo tapándome los oídos cuando pasan.

—Según eso, ¿sois de parecer que deben despreciarse todos esos rumores?

—Sí, señor, y sobre todo nosotros los reyes.

—¿Y por qué?

—Porque, si nos preocupáramos de todo lo que se habla, tendríamos demasiado que hacer.

—Creo que tenéis razón, amiga mía, y voy a proporcionaros una excelente ocasión de aplicar vuestra filosofía.

Margarita creyó llegado el instante decisivo; llamó en su auxilio a todo su valor, y dijo en tono firme y resuelto:

—La acepto… con mucho gusto.

Enrique adoptó para principiar el tono de un penitente que va a confesar un pecado gordo, y dijo:

—Ya sabéis el gran interés que me tomo por mi hija Fosseuse.

—¡Ah, ah! —exclamó Margarita al ver que no se trataba de ella.

Y, tomando cierto aire de triunfo, añadió:

—Sí, sí, la bella Fosseuse, vuestra amiga.

—Sí, señora —respondió Enrique siempre con el mismo tono—, sí, a la bella Fosseuse.



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